2004 – Relato en dos cuadros

En esta exposición de San Atilano hay un detalle que no pasa desapercibido. Fortún se asoma al interior de uno de esos edificios. Un bar, bar El Pozo. Un bar que existe en la realidad, como todo aquello que pinta. Al verlo, y ver la mujer apostada en la barra, me vino como un rayo el nombre del pintor Edward Hopper y de su obra Nighthawks. Sólo que ese cuadro fue pintado en 1942, en los Estados Unidos. Y ahora estamos en la provincia de Zaragoza, en 2004. El zinc del cuadro se confunde con el zinc de la barra del bar. La soledad del metal se confunde con la soledad de la mujer y con la soledad del carrito infantil. La luz cambia si te mueves alrededor de él. El cuadro es diferente a la luz del mediodía o bajo el fluorescente del techo o con los destellos que produciría una ambulancia al pasar, en busca de un enfermo, por la calle del bar. Recuerdo de pronto que en el dormitorio que tuvo Ignacio, había dos grandes pósters de Hopper. Pero eso era hace más de diez años. Y pienso en el tiempo que un cuadro viaja en la cabeza del pintor. Y sobrecogido pienso en los ácidos con los que Fortún trabaja la superficie del cuadro. ¿Qué harán en este caso: perfilar los contornos humanos o deglutir el alma de los personajes? ¿Cuánto le cobrará el camarero por el café? ¿Estará durmiendo el niño? ¿Sonará la gramola? ¿O será un gin-tonic lo que en silencio va bebiendo esta mujer?

Adolfo Ayuso (fragmento del texto para el catalogo de la exposición en San Atilano. Fundación Maturen)